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Roberto Pastor

Escribir

He ensayado este momento en mi cabeza casi cada día desde hace meses, preseleccionando las mejores palabras, simulando mi ritmo y cadencia a la hora de escribir cada línea. Pensando en si lo que escribiera estaría a la altura o no. ¿De quién? No lo sé. Sólamente tenía clara una cosa, quería escribir.

No, tacha eso, NECESITABA escribir.

No sé ni por dónde empezar a organizar las ideas que he ido acumulando durante todo este tiempo en mi cabeza, golpeando las unas contra las otras cual caramola de billar. Tal vez, lo más sensato sea empezar por el principio.

Hace unos pocos años empecé a ir a terapia. La causa para ello no era particular, simplemente lo necesitaba si quería volver a ser dueño de mi vida. No en un sentido pragmático al ser víctima de algún tipo de tiranía por parte del trabajo, la sociedad o algún otro ente diabólico. Sino en un sentido más profundo, psicológico. No era dueño de mi mente. Simplemente me sentía como el pasajero junto a un conductor que me estaba llevando a sitios que no quería visitar. No te quiero aburrir ahora con las supuestas causas de dicha alteración, creo que ya habrá tiempo en el futuro para ello. Pero lo que quiero dejar perfectamente claro es que me sentía arrastrado cada día por las sensaciones del momento, las cuales normalmente no ayudaban y me empujaban a un estado de tristeza, ira y resignación. Y lo peor de todo es que no sabía por qué.

Es por eso que tomé la decisión de buscar ayuda psicológica profesional, sin muchas esperanzas y con el miedo de verme explicando situaciones que, vistas desde fuera de mi cuerpo, podría catalogar como nimias e insignificantes. ¿Por qué hacer perder el tiempo a un psicólogo o psicóloga (y mi dinero al mismo tiempo) explicando mis “movidas”? ¿Por qué cuando seguro tendrá casos mucho más apremiantes y serios?.

Pero he aquí que aprendí mi primera lección: Necesitaba hablar con alguien.

Y eso es lo que hice durante años. Más de los que pensaba en un principio. Y con más profesinales de los que pensaba. Pero, de nuevo, eso tal vez lo explique en otro momento. Entre lo mucho que aprendí sobre la mente, la psicología y, sobre todo, yo mismo, había algo que saltó al Top 1 de cosas que necesitaba: Dejar salir todo lo que tenía dentro.

Lo malo de eso es que, no todos somos capaces de verbalizar nuestro mundo interior ante otros. Ni siquiera ante los seres más queridos. Joder, creo que eso es mucho más complicado que hablarle a una persona desconocida a la que literalmente le estás pagando para que aguante tus mierdas durante una hora.

Y entonces aprendí mi segunda lección: No hace falta hablar, puedes escribir.

No tiene que ser necesariamente de forma pública, pero creo que la clave de dicho ejercicio es que alguien lo lea aparte de uno mismo. No voy a negar de ninguna de las maneras que hay cierta catársis a la hora de juntar letras que intenten explicar de alguna manera más o menos inteligible lo que se siente. Es un ejercicio mucho más complicado de lo que puede parecer. Pero me parece innegable que la mayor fuerza viene del hecho de abrirse a los demás, sean conocidos o no. Y lo grande de la escritura es que es la manera más sencilla de abrirse a gente que no sabes ni que existe.

Así que por eso estoy aquí, escribiendo estas líneas de forma improvisada mientras mi mente intenta ordenar las palabras de la siguiente mientras intenta evitar un bloqueo como el que ha retrasado este momento durante meses. Mi mente quería que estuviera preparado.

Pero aquí viene la tercera lección: Nunca se está preparado. Para nada.

La vida es un torrente incesante de ataques contra nuestra mente. Ya sea con noticias lejanas o hechos cercanos, nuestra cabeza tiene que procesar una cantidad de información descomunal y manteners cuerda al mismo tiempo. Algo que desde la llegada de las redes sociales se ha complicado muchísimo más. Pero de nuevo me estoy adelantando a otros temas que espero tratar en el futuro.

Porque mi plena intención es seguir escribiendo. Y planeo hacerlo por diversas razones. La primera ya la he dejado bastante clara con todos los párrafos anteriores, pero la segunda tiene una raíz mucho más profunda y existencial.

Tengo miedo a que me olviden.

Sé que es algo que ocurrirá irremediablemente. Ser recordado durante eras es algo que sólo se reserva a los mayores autores de obras artísticas y los más grandes actores de hechos históricos. Y, honestamente, no me veo ahí. Pero tal vez no haga falta apuntar tan alto, tal vez sólo quiera ser recordado por la gente que me importa. Tal vez sólo quiera que mis hijos y nietos (si llegan en algún momento) piensen en mí cuando yo ya no esté por aquí.

Y eso es algo que se puede conseguir sin escribir nada realmente. Lo único que hay que hacer es vivir. Y tener hijos, por supuesto. Aunque tal vez lo que quiera aquí es ir un paso más allá. Ponerme un reto que me permita descubrir cosas de mí mismo de las que no tenía constancia realmente. Tal vez quiera dejar una imprenta de lo que realmente he pensado durante mi vida para que, si alguien quiere revisitar mis pensamientos en un futuro, pueda hacerlo. Qué diantres, yo quiero revisitar mis pensamientos dentro de 10, 20, 30 o 40 años y recordar cómo era. Algo que todos solemos olvidar a medida que nos hacemos mayores.

Esto no son unas memorias, esto es un escupidero de ideas escritas de la mejor forma que conozco, huyendo de innecesarias referencias a personajes externos con tal de rellenar líneas, cabriolas semánticas y visitas innecesarias al diccionario de sinónimos. Estoy intentando ser lo más puro posible, lo cual no significa que en un futuro escriba palabras contaminadas por emociones mal procesadas, calentamientos mentales o ínfulas de soberbía que me haya dejado en el tintero.

Lo importante aquí es escribir, escribir lo que creo que tengo que escribir. Ya sea un recuerdo, una historia reciente digna de mención, una ideología en la que creo profundamente o un torrente visceral de palabras malsonantes que me permitan descargar mi mente turbulenta.

Hay dos cosas que tenía claras antes de escribir este texto. Una era la primera línea con la que he empezado, la otra es el final.

Hay una canción de Kaiser Chiefs titulada “Coming Home”. Su estribillo dice así

We're coming home
We're coming home
Light a fire
We're coming home
We'll write it down
We'll write it all down

Dicen que la letra de una canción se puede interpretar de muchas maneras. La de esta maravillosa pieza de Kaiser Chiefs yo la interpreto como el fin, el viaje tras la muerte. Un viaje a un mundo que, honestamente no sé si existe, pero que sirve como final a una vida de la que los primeros y únicos testigos somos nosotros mismos.

Y sería una verdadera pena no dejar todo eso por escrito.